Localización: 40º 43’ 15” Norte, 4º 56’ 40” Oeste. Altitud 1.140 metros Abrimos capítulo aparte del castro de La Mesa de Miranda, a la que está adscrita esta necrópolis, porque consideramos que plantea ciertas particularidades que consideramos que merecen especial atención.
El descubrimiento
“La casualidad, como siempre, ha venido a descubrir el castro de la Dehesa de Miranda”.De esta forma se describe en la Copia del informe de la Comisión de Monumentos de Ávila previo a las excavaciones arqueológicas realizadas por Don Juan Cabré Aguiló -que también excavó el yacimiento de Las Cogotas- en 1.930, junto con Antonio Molinero Pérez, que fue nombrado asistente oficial de las excavaciones. Se realizaron cinco campañas hasta 1.945, principalmente en la necrópolis.
En la memoria mencionada comienza a hacerse patente la singularidad del yacimiento:
“…lo descubierto al desmontar las tierras en la Necrópolis, ha dejado ver algo completamente original, nuevo en los enterramientos, sepulturas y mausoleos antiguos; la colectividad familiar, acaso de tribu, pero la existencia en común de varios restos juntos. Sistema único hasta ahora en la España Prehistórica.”
Y no reside exclusivamente en este hecho originalidad. Ya J.M. Blázquez, en su trabajo sobre las Primitivas Religiones Ibéricas, señala las diferencias que se aprecian entre la necrópolis de Las Cogotas y la de La Osera, a pesar -dice- de pertenecer a la misma cultura. En las Cogotas se han encontrado abundantes estelas, de las que La Osera carece por completo. La necrópolis de Las Cogotas estaba organizada en cuatro sectores, la de La Osera en seis. En La Osera aparecen los enterramientos entre estructuras tumulares de forma circular, delimitados por un hito central:
“opuestas de plano, de diferentes tamaños, con planta cuadrilátera, ovoide o circular, de dos a seis metros de diámetro, con un nivel interior de piedra a modo de adoquinado. Todo ello iba recubierto de un túmulo. Estas cámaras funerarias están agrupadas y generalmente separadas por pequeñas calles o pasillos estrechos. A estas sepulturas están adosadas otras, frecuentemente de guerreros con armas. Con el tiempo se rellenan las calles y pasillos con multitud de sepulturas individuales. No hay relación entre la riqueza del ajuar funerario y la construcción de la tumba”.Se habla pues de
“ritos y sistemas de arquitectura funeraria distintos”. Reconociendo la autoridad en la materia de nuestro admirado autor, no podemos por menos de plantearnos alguna reflexión: ¿puede considerarse dentro de la misma cultura a personas que practican ritos funerarios diferentes y construyen las estructuras destinadas a este fin de forma totalmente distinta, aunque geográficamente se encuentren muy próximas?
En la década de los 1950 se hicieron excavaciones en las proximidades de Sanchorreja, a escasos kilómetros de La Osera y en El Raso, Candeleda, un poco más lejos (Álvarez-Sanchís, 1997 y Álvarez-Sanchís y González-Tablas, 2005, Fabián García, 2005, 2006) En total más de 3.800 tumbas estudiadas, de las que más de 2.000 corresponden a La Osera.
Es notable, que un equipo integrado por Juan Cabré, Molinero, y la familia de aquel, lograsen excavar más de 60 túmulos y más de 2.000 sepulturas. Muy lamentable resulta el hecho de que solo lograse publicarse la zona VI, por Encarnación Cabré en 1.950, en el Acta de Arqueología Hispánica. No hemos tenido la oportunidad de consultar los diarios de las excavacion
es, ejemplo digno, por lo que relata Isabel Baquedano, de laboriosidad y buen hacer. La reconstrucción de lo excavado permite hoy que podamos contemplar algunas zonas del castro y la necrópolis prácticamente como se crearon.
La Osera es una necrópolis de incineración, datada entres los siglos IV a III a.c. Aparte de los enterramientos, que aparecen en su mayoría aparecen en un simple hoyo, se observan una serie de túmulos de entre 2 y más de 6 metros de diámetro.
Las sepulturas individuales se presentaban casi siempre sin protección, o protegidas por una simple laja de piedra, o algo de adobe.
En la zona 1 se exhumaron 220 sepulturas en hoyo, y 37 túmulos; de los que se ha demostrado en posteriores excavaciones que al menos 17 de ellos estaban vacíos, sin que hubieran sido violados desde su creación. En el resto, se exhumaron 32 sepulturas, y debieron aparecer algunas más en otro lugar, porque Cabré da para esta zona 268.
En la zona 2, aparecieron 174 sepulturas, y 5 estructuras tumulares, tres de ellas exentas; una redonda y dos ovaladas, y dos algo más pequeñas: una rectangular y otra circular, tapadas por losas de piedra.
En la zona 3 se exhumaron 153 sepulturas en los propios túmulos y entre el empedrado o calleja que los rodea.
En la zona 4 se exhumaron 169 sepulturas en hoyo y 42 en los túmulos.
En la zona 5 se localizó el grupo más numeroso de sepulturas -802 en hoyo- y 18 túmulos.
En la zona 6 aparecieron 521 sepulturas, cuyo detalle está publicado, como decíamos arriba.
En total 2.130 sepulturas, lo que la acredita como la necrópolis con mayor número de tumbas excavadas en España hasta la actualidad.
Los hallazgos permiten interpretar la sociedad que hizo uso de La Osera como una sociedad fuertemente jerarquizada, por la aparición de un reducido número de enterramientos
Algunos autores interpretan las estructuras tumulares como cenotafios, por carecer -salvo excepcionalmente- de enterramientos en su interior, como ocurre principalmente en el sector 1 de La Osera; apuntando no obstante la posibilidad de que estemos ante la representación de un orden o jerarquizado, que sería reflejo del sistema tribal o de clanes en que estaba organizada presumiblemente la
vida en el castro.
Los Ajuares están presentes en un 50% aproximadamente de las tumbas y no difieren notablemente de los que aparecen en el resto de las necrópolis de la época en territorio vetón, apreciándose las diferencias en cada sector de la necrópolis, esto es, manifestándose las diferencias sociales dentro de cada grupo de enterramientos; unos pocos muy ricos y otros carentes por completo de ajuar -e incluso de urna o vasija de cerámica que contuviese las cenizas- con situaciones intermedias de hallazgos de sepulturas con objetos asignados a labores domésticas, sin armas y alrededor, habitualmente de las sepulturas de guerrero.
En los distintos sectores de La Osera, el armamento supone entre un 15 y un 26%, densidad similar a la del Raso de Candeleda.
“Elementos de ajuar son, además de la propia urna funeraria, una variedad de recipientes cerámicos y, con mayor expresión social, armas (espadas, lanzas, puñales, escudos, corazas, tahalíes...), arreos de caballo y adornos variados (arracadas, anillos, fíbulas, alfileres, pinzas, cuentas de collar de pasta vítrea...). Igualmente pueden incluirse objetos más cotidianos, como herramientas (punzones, hoces...) y útiles domésticos (fusayolas) y/o rituales (calderos, tenazas, asadores, parrillas, trébedes, timiaterios...).”
Un cuadro comparativo y un estudio sobre las necrópolis vetonas muy interesante puede consultarse en:
Maqueta de la necrópolis en el Torreón de los Guzmanes (Ávila)
Las luces rojas indican la situación de los hallazgos de ajuares de guerrero.
http://www.ffil.uam.es/antigua/piberica/viriato/viriato3.htm#120Cuando se visita la necrópolis, es difícil dejar de observar que las estructuras circulares entre las que se hallaron los enterramientos parecen formar una especie de esquema, combinando estructuras de diferentes tamaños, en distinta disposición en cada grupo; dándose la particularidad de que en ocasiones, entre los círculos puede observarse algún rectángulo.
En Senderos Geo Arqueológicos, 4 (2007) Geología y arqueología del castro de Chamartín de la Sierra y de la muralla de Ávila editado por Carlos Martín Escorza, Sociedad de Amigos del Museo Nacional de Ciencias Naturales: La Edad de Hierro en La Osera, Chamartín de la Sierra, Ávila, (ISBN:84931531-S-X), Isabel Baquedano Beltrán y el propio Carlos Martín Escorza exponen, tras un excelente trabajo sobre las Principales pautas geológicas en torno al castro de La Mesa de Miranda, que recomendamos, otra particularidad que llama extraordinariamente la atención:
“La necesidad de protegerse debió alcanzar su clímax más alto en la fase final cuando ya sin espacio para ampliar sus murallas decidieron colocarlas por encima y ocupando parte del espacio más sagrado para ellos, su necrópolis, y es por ello que la zona de enterramientos denominada como VI se encontró por debajo de la pared de muralla más externa”.
Esto, en nuestra opinión, supone un interrogante añadido al de la existencia de estructuras diferentes a las del resto de los castros de la época en el territorio, como ya señalábamos; porque, teniendo en cuenta la cronología (siglos V a II a.c.), unas diez generaciones, se hace costoso suponer que ya se hubiese olvidado que se habían realizado enterramientos en la zona, máxime cuando se encontraban perfectamente señalados. Quedando pues descartada esta posibilidad, uno se pregunta si es posible, como dicen Baquedano y Escorza, que las necesidades defensivas primasen sobre el respeto, la veneración, el culto -en definitiva- a los ancestros; es un planteamiento que cuesta realmente asumir.
No negamos que debió vivirse un período convulso en la historia de la Península Ibérica, del que la Meseta Central no quedó excluida, y que los cambios y adaptaciones se produjeron muy probablemente de manera vertiginosa y atendiendo a necesidades perentorias que posiblemente obligaron a improvisaciones; pero no nos convencen lo suficiente tales argumentos para creer que no hubiese sido posible construir la muralla unos metros más atrás, dejando fuera la necrópolis, o más adelante, dejándola dentro por completo. Sin ánimo de plantear nuevas hipótesis, para lo que no nos consideramos los más indicados, nos sugiere la razón la posibilidad de que, en el caso de la muralla sobre la necrópolis, nos encontremos ante la ocupación del castro por parte de un invasor extranjero, si no ignorante, sí despectivo con relación al culto funerario de los anteriores pobladores.
Volviendo al esquema de las estructuras circulares, habrá que mencionar que en el trabajo citado, se menciona la posibilidad de que estemos ante un calendario. Tenemos que manifestar que, en nuestra opinión, el planteamiento de la necesidad de la existencia de este tipo de calendarios, cuyo conocimiento por parte de unas determinadas clases sacerdotales -hablan abiertamente de druidas- condicionaba las cosechas, estableciendo las épocas de siembra y cosecha, o los períodos más indicados para la trashumancia o el apacentamiento del ganado, están lejos de ser demostradas. No será -creemos- apoyándose en el calendario celta de Coligny; y este planteamiento:
“Para la obtención de esas fechas anuales no hacen falta extraordinarios conocimientos, si una buena cabeza, dotes de observación y un cierto grado de especialización en estos temas. De hecho, basta colocar señales en los lugares adecuados según determinaciones hechas en los días señalados que se quieren materializar y determinar en los próximos años. Así que nada mejor para ello que utilizar el espacio sagrado destinado a enterrar a sus difuntos como para garantizar que nadie perturbe ni mueva las señales ya colocadas que además debido a su valor trascendente estarían en relación a los recuerdos de sus ancestros”, podría ser acertado si no conociésemos el importante dato de la modificación de las estructuras. Por otra parte, no está tampoco demostrada la existencia de druidas o sacerdotes en la Península, aunque es hipótesis a la que no le faltan adeptos. Isabel Baqu
edano describe en su trabajo sobre la necrópolis, integrado en el libro Celtas y Vetones, cómo:
“la utilización de programas informáticos adecuados demuestran que los ‘sacerdotes’ que planificaron las necrópolis tenían unos conocimientos astrológicos bastante precisos, íntimamente ligados a las estaciones y a los ciclos biológicos. Los ángulos que marcan las estelas coinciden con la salida y la puesta del sol en los solsticios de verano e invierno, y son también coincidente, o muy próximas, a las cuatro fiestas conocidas del calendario celta. Por último, este almanaque sagrado que visualmente representaría la necrópolis, está muy próximo a la representación de Orión en el cielo nocturno invernal del hemisferio Norte…”
Conste que no negamos esta posibilidad, pero no alienta la adhesión la utilización de términos como:
“está muy próximo a la representación” y
“o muy próximas a las cuatro fiestas”. Pensamos que no sobraría la corroboración por parte de especialistas en Astronomía, de si los ángulos corresponden exactamente a las fechas descritas y a las interpretaciones visuales propuestas; puede que así se haya hecho, pero en el trabajo no se menciona nombre alguno en que se apoye la teoría. Y tampoco sería mal argumento la existencia de tumbas con elementos rituales exclusivos -puesto que suponemos que los supuestos sacerdotes también fallecerían- mediadores en ese culto a Orión de nuevo cuño en la Península, y mucha aceptación sin crítica por parte de la comunidad científica actual; y con escasa base –que sepamos- en fuentes fiables anteriores. La apreciación de los esquemas simbólicos tiende a ser bastante subjetiva, y si uno tiene la idea preconcebida de que va a ver Orión, o Las Pléyades, representado en un esquema aparentemente informe, es muy posible que termine viéndolo, pero…¿qué hacemos con las estructuras cadrangulares y rectangulares? ¿Las obviamos?
Quizá precisamente la falta de elementos del tipo mencionado, o por mejor decirlo, la aparición de elementos que podrían haberse utilizado para estos fines en sepulturas con amplia panoplia militar, podrían estar indicando la concentración del culto en manos de una casta guerrera. Se atribuye a ritos fundacionales la aparición de dos cráneos humanos completos formando línea recta con las tres estelas centrales, marcando la dirección Norte/Sur. Pues bien, puestos a especular, se podría haber hecho con la posibilidad de que éstos perteneciesen a la casta sacerdotal inaprensible.
En realidad, la estructura por sectores de la necrópolis, caso que se repite en otras necrópolis vetonas, sugiere más bien que la dificultad que supone este hecho -la división en clanes o gentilidades- no favorece la hipótesis de una Religión unificada con casta sacerdotal independiente. La casta militar, en cambio, con individuos que detentaban una concentración de poder y riqueza importante, sí existía inequívocamente.
De hecho, a cuenta de este fenómeno, se han establecido en nuestra área, o territorio vetón, diversas fiestas (Imbolc, Beltene, Lughnasadh, Samonios) típicamente celtas en nuestros castros, que le dan un colorido folclórico a la Arqueología, pero que en modo alguno certifican la homologación científica entre un territorio, el celta, con el vetón; aún reconociendo importantes similitudes culturales, pero sin negarnos a percibir también las diferencias.
No nos quejaremos, no obstante, si esta corriente determina en definitiva que el interés que se ha despertado en el gran público a cuenta de la cultura
céltica suponga inversiones para el estudio de los castros de la provincia.
Poco se sabe sobre el ritual, puesto que no aparecen los
ustrina para efectuar la cremación, aunque hay algunos lugares próximos a la muralla, con cenizas, escorias de hierro y bronce, y pequeños huesecillos, que al aparecer se seleccionaban y lavaban para incluir en la sepultura; dato que añade fundamento a los defensores de la teoría que propugna que el topónimo no tiene necesariamente que venir de Oso.
Y, ya que abordamos el asunto de los osos, tenemos que referirnos al esquema que el guarda del castro, Daniel Jiménez Hernández, tuvo la amabilidad de mostrarnos, en visita efectuada el 28 de Febrero de este año. Se trata de un esquema grabado mediante cazoletas que semeja a lo que la doctora A. M. Canto describe en sus excelentes artículos de
La 'Piedra Escrita' de Diana en Cenicientos (Madrid) y la frontera oriental de Lusitania ( I ) y
La 'Piedra Escrita' de Diana en Cenicientos (Madrid) y la frontera oriental de Lusitania ( y II ) , como una
“garra de oso”.Está situada en una elevación del terreno, sobre la necrópolis, muy cerca del mirador instalado hace algunos años. No faltará quien quiera ver el esquema de Las Pléyades, pero nos parece más acertada la hipótesis de la Doctora que señala hacia la posible existencia del comienzo de un bosque sagrado dedicado a Diana (Ártemis); teoría que, a falta de espacio ritual apreciable -necrópolis aparte- resulta bastante sugerente.